Comentario
El trono estaba vacante. El problema residía en buscar un candidato óptimo, y así se emprendió una labor aparentemente fácil, dado el alto número de cabezas coronadas en una Europa predominantemente monárquica, pero que en la práctica agudizó los conflictos internos y se convirtió en un quebradero de cabeza para la mayoría de las cancillerías europeas en un complicado choque de intereses. La cuestión fue más allá del ámbito español para convertirse en un asunto de dimensiones internacionales. Además, el largo tiempo empleado en ello acarreó una profunda interinidad que dificultó la estabilidad del nuevo sistema, facilitando las iniciativas de la oposición: carlistas, republicanos y alfonsinos. Tampoco existía unanimidad en el seno de la gobernante coalición monárquico-democrática, pese a los esfuerzos del general Prim.
Las candidaturas que se barajaron fueron múltiples, pero todas ellas plagadas de dificultades. Quedaron excluidos los carlistas; también fue invalidada la candidatura del príncipe Alfonso ante la negativa de Prim a aceptar un candidato borbónico, a pesar de la abdicación de la destronada Isabel II en favor de su hijo, en junio de 1870. Sectores de las elites dirigentes confiaban en la estabilización moderada del proceso revolucionario, a través de una de las candidaturas monárquicas en juego, sin necesidad de recurrir a una inmediata vuelta de los Borbones, desacreditados por la gestión política anterior a 1868.
Entre las candidaturas se contempló la posibilidad de elegir rey al general Espartero. Para unos un contrasentido, para otros el viejo general reunía las condiciones de héroe popular y mito de la revolución liberal, pero durante su período de regencia (1840-1843) había fracasado como elemento equilibrador del sistema. Su candidatura quedó desechada.
De esta forma fue preciso buscar rey en Europa, y pronto surgieron varias candidaturas: Fernando de Coburgo y Luis I de Portugal, los duques de Génova y de Aosta, de la casa italiana de Saboya, el príncipe Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, de Prusia, y el duque de Montpensier, de la casa francesa de Orleans.
Las negociaciones de las candidaturas portuguesas fracasaron. En ellas subyacía la vieja cuestión de la unión ibérica, que siempre había levantado suspicacias en el país vecino. El Gobierno español anunció la candidatura prusiana de Leopoldo, pero pronto encontró la negativa de Napoleón III, que, en plena rivalidad con Prusia, entendía como una amenaza próxima el hecho de que dos territorios fronterizos con Francia estuvieran encabezados por miembros de la misma casa real. Incluso de aquí nació el pretexto para el inicio de la guerra franco-prusiana (1870-1871). Igualmente Napoleón III se opuso a la candidatura del duque de Montpensier, dado el antagonismo entre las casas dinásticas francesas; además el entronque familiar de Montpensier con los Borbones -era cuñado de la destronada Isabel II- hizo que esta opción fuera muy poco apoyada por los partidos monárquicos-democráticos españoles.
Sólo quedaba la candidatura italiana de la casa de Saboya, impulsada por Prim desde el verano de 1870 hasta convertirse en su principal valedor. Las gestiones quedaron formalizadas en torno al duque Amadeo de Aosta, hijo de Víctor Manuel II de Italia. El 16 de noviembre las Cortes Constituyentes eligieron al nuevo rey de España, con el nombre de Amadeo I, por 191 votos a favor, 100 en contra y 18 abstenciones. El 30 de diciembre Amadeo I de Saboya llegaba a Cartagena, y fue proclamado rey en Madrid el 2 de enero de 1871. Al día siguiente, y después de haber tomado juramento el nuevo Monarca, las Cortes Constituyentes quedaron disueltas.
Su aceptación distaba de ser unánime. Sólo contó con 191 votos de los 311 diputados presentes en su elección. En realidad fue la labor de Prim y el apoyo de los progresistas lo que le permitió acceder al trono. Los otros partidos integrantes de la coalición monárquico-democrática seguían manteniendo sus reservas. Era un claro indicador de las frágiles bases sociales con que nacía la monarquía democrática. En su conjunto la opinión pública española mostró su escepticismo, cuando no frialdad, por Amadeo I.
Toda Europa, excepto la Santa Sede -dadas sus controversias con Víctor Manuel II de Italia, como consecuencia de la toma de Roma, que ponía fin a la unificación italiana- se apresuró a reconocer a Amadeo I. Su elección fue acogida con alivio por la cancillerías europeas monárquicas, que le consideraban un freno a la extensión del republicanismo en Europa. El apoyo del rey de Italia a la candidatura de su hijo no representó tanto una aspiración italiana a incrementar su influencia en el Mediterráneo, cuanto evitar que el republicanismo se propagara y se consolidara como una opción sólida en Italia, como había ocurrido en Francia, que optó por la solución republicana en 1870, como consecuencia de la derrota francesa ante las tropas prusianas y el destronamiento del emperador Napoleón III.
La nueva monarquía comenzaba con mal pie su andadura, máxime si tenemos en cuenta el asesinato de Prim, el 27 de diciembre de 1870, con lo que Amadeo I perdía su principal apoyo.
Quedó sin resolver el enigma de los asesinos del general Prim. El atentado se cometió en la madrileña calle del Turco, actual Marqués de Cubas, en el recorrido entre el Congreso de los Diputados y el palacio de Buenavista, en la calle de Alcalá, sede del Ministerio de la Guerra. Prim había asistido a la sesión parlamentaria dedicada a la dotación del presupuesto del Rey. El libro de Antonio Pedrol Rius, Los asesinos del general Prim, aporta una información exhaustiva sobre el asunto. Prim fue herido por cinco heridas de bala, ninguna mortal de necesidad. Un cuadro clínico que en épocas posteriores el general habría superado sin mayores dificultades, pero que en aquellos momentos, complicado con una infección, acabó con su vida.
El principal sospechoso del momento fue el republicano intransigente José Paul y Angulo, director del periódico El Combate. Había amenazado de muerte a Prim y estaba en las proximidades del lugar de los hechos. Aunque su participación en el atentado está probada, no por ello cabe extender la culpabilidad al partido republicano. La trama podría conducir a otros ámbitos. Quizás al cubano, o más exactamente al de los intereses de los poderosos grupos de hombres de negocios españoles de la Isla, temerosos de que el general apoyase el abandono de Cuba. Otra hipótesis se dirige a Montpensier, cuya candidatura al trono español siempre encontró la radical oposición de Prim. En este sentido, Pedrol Rius señala en concreto a Solís y Campuzano, ayudante del duque.